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Lecciones de Vida

Juan Pablo Meneses: "Sentí la muerte rondando"

Juan Pablo Meneses: "Sentí la muerte rondando"

El periodista y escritor Juan Pablo Meneses se contagió de Covid-19 y, agravado por una neumonía, pasó varias semanas en la UTI. Este es su testimonio en primera persona.

Por: Marcelo Soto | Publicado: Sábado 7 de agosto de 2021 a las 04:00
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Me contagié en la casa de mi padre, que es viudo, vive solo y tiene 86 años. Nos juntamos a almorzar para el día del padre, junto a mis dos hermanos. Los cuatro teníamos las dos vacunas Sinovac. Hablamos de actualidad casi toda la tarde. De los cuatro nos contagiamos tres.

A mí se me complicó más, porque me vino con neumonía y es ahí cuando el virus comienza a avanzar muy rápido. De saber que era Covid-Positivo y estar en la UTI pasaron unos tres días.

No quería imaginar que podía morir, pero de alguna manera es lo que todos piensan dentro de las urgencias. Y para el personal de salud, después de este año y medio, hablar de la muerte es tan común como hablar del cargador del celular. Cuando me confirmaron que tenía una neumonía avanzada y que me quedaría internado, me dieron unos segundos para despedirme de mi mujer, embarazada de siete meses, y de mi hija de un año y medio.

Para el personal médico era una despedida más. Ese abrazo y beso final lo recuerdo como algo muy doloroso, porque había posibilidades ciertas de que no nos viéramos más. Eso te destruye. Y ha sido así para más de 40 mil chilenos, muchos de quienes no pudieron despedirse de sus familiares. Nosotros le agradecimos mucho a la enfermera que nos dejó abrazarnos fuera de protocolo.

El primer día en la UTI me dijeron que todo iba a estar bien, que si se complicaba llamarían a mi familia, y me sedaron. Desperté tres días después, con Chile eliminado de la Copa América, el país con Asamblea Constituyente y con fotos de mi hija y de la Ignacia pegadas en la pared, con mensajes de ánimo.

Estaba conectado a una máquina, las piernas con medias para trombosis, sondas, vías endovenosas, y dos catéteres en el brazo izquierdo. La cabeza cubierta por una mascara a presión. El médico dice que deliré. Que un día le pedí hablar con mi madre y con mi hija, pero mi madre murió hace cuatro años y mi hija no sabe hablar. Fue muy duro despertar así, y siguieron días muy sensibles. Mejoraba uno, empeoraba al siguiente. Por semanas.

"A veces, miraba las fotos en la pared y me acordaba que en dos meses, en septiembre, nace mi hijo, y lloraba".

No solo sentí la muerte como algo real, sino que estaba rondando. Le preguntaba a las enfermeras cuántos habían muerto la noche anterior. A veces, miraba las fotos en la pared y me acordaba que en dos meses, en septiembre, nace mi hijo, y lloraba. “¿Cómo no lo voy a conocer?”, preguntaba a las doctoras. Llorar era todo un problema práctico, porque con el llanto venían ataques de tos y se empañaba la mascarilla y bajaba mucho el nivel de respiración y se retrasaba la recuperación. Lloré mucho, hasta que un día comencé a mejorar. Fue un cambio positivo brusco. Cada día había un avance.

Los médicos dicen que me salvé por tener las dos vacunas, y que eso aceleró mucho la recuperación. Todavía no me dan de alta, pero ya estoy en mi casa esperando septiembre. Cuando salimos de la clínica, yo iba en silla de ruedas y mi hija me tomó una mano y con la otra saludaba a todos quienes se nos cruzaban en el camino. Eso es lo único que tengo para decirle a los anti-vacunas: sin ellas quizá no lo contaría.

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Siempre advierto que soy alguien encantado por el periodismo. Y lo aclaro, porque estamos en tiempos donde todo lo referido al periodismo está en duda, en crisis, bajo sospecha, en la mira. A esos lectores desconfiados hay que recordarles que un periodista operador, en verdad es solo un operador. Y un periodista twittero, es solo un twittero. Y un periodista barrabrava, es solo un barrabrava. El periodismo está en otro lado.

Creo que parte de este encantamiento con el periodismo es porque fue una vocación tardía. El periodismo me solucionó la vida. Estudié tres ingenierías distintas, tratando de escapar de mi vocación de escritor, hasta que terminé encontrando en el periodismo la forma de vivir haciendo lo único que me interesaba hacer.

Fue tarde. A los 27 años, cuando mueren las estrellas de rock, yo maté al ingeniero improbable en que me estaba convirtiendo y me lancé a escribir en medios. Sin conocer a nadie. Sin periodistas en la familia. Sospechando, sin haber leído todavía esa frase de Gabo (“El periodismo es el mejor oficio del mundo”), que era totalmente cierta.

"Los médicos dicen que me salvé por tener las dos vacunas". 

Tuve un inicio clásico. Siendo muy chico me regalaron La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, y sentí que podía estar en otros mundos leyendo letras impresas en hojas numeradas. Aunque el libro más determinante vino años después y fue La ciudad y los perros, de Vargas Llosa. Esa novela me dejó cargado por años. La leí varias veces y releía por partes. Y, claro, quise ser el Poeta (uno de los protagonistas). Es más, me hice poeta sin haber escrito un solo poema. Reconozco que no debí hacerlo, pero igual los escribí y eran horribles. Espantosos.

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El 2000 tomé un camino radical. Me fui de Chile a viajar, escribir historias y venderlas por email. Transformé mi vida en función del periodismo, hasta que un día descubrí que llevaba tres años viviendo en un hotel y que dentro de mi maleta solo había libretas de apuntes y casetes con entrevistas.

He vivido en varias ciudades y de ellas rescato la intensidad de Buenos Aires, a sus habitantes que siempre les está pasando algo, las cafeterías y el psicoanálisis, y descarto no poder ir más seguido. De Palo Alto rescato y descarto lo mismo: tantos buscadores de oro juntos. Rescato la Nueva York que uno vive como habitante, y descarto la Nueva York de turista. De Barcelona no descarto nada, me parece una ciudad perfecta.

Y con respecto a Santiago, supongo que esa es la gran respuesta que me ha tenido viviendo afuera más de 12 años en total. Santiago es la ciudad de la que más veces he arrancado, y es a la ciudad que más veces he vuelto. Es donde nací y donde nació mi hija. Siempre pienso que he viajado y escrito de tantas ciudades, porque estoy buscando la forma de poder escribir de Santiago.

Sé que no contaré la ciudad desde una cafetería de Providencia, ni a partir de reflexiones por mis caminatas por el centro. Pero aún no he logrado descifrarla. A veces aparece como una gran ciudad, pero en la que siempre está y participa la misma gente, como en un pueblo enano. Como una carpa de circo moderna, grande, con todo lo nuevo, que se resiste a renovar el elenco de payasos y dejar de usar animales.

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Desde antes de la pandemia y por mi asunto del viajero perpetuo, siempre me ha gustado y he vivido en lo online. Escribiendo desde cualquier ciudad, para medios en distintos países. Y me gusta mucho ese desapego geográfico.

Me puedo encariñar más con unos pantalones que con una ciudad en específico. Visto así, mi lugar favorito en el mundo es el no lugar. Y he descubierto que hay mucha gente así. De hecho la Universidad Portátil, un proyecto que inicié mucho antes del Covid, agarra el concepto más griego de universidad: una comunidad, no una fábrica de certificados.

En la Uportatil se han conectado alumnos desde más de 300 ciudades del mundo, los profesores están en distintos lugares, y en la clases todos sabemos que estamos en un no lugar de encuentro. Y no es de ahora. No es un proyecto que partió por la necesidad de la cuarentena. El proyecto Portátil de clases online partió en Buenos Aires en 2009, dos años antes de que se fundara Zoom y ocho años antes de Meet. Y su origen tuvo que ver, obviamente, con que yo estaba sin lugar fijo, igual que los primeros alumnos que se conectaron.

Hoy la Uportatil es el único proyecto online enfocado en descubrir, entrenar y conectar a nuevas narrativas latinoamericanas y entre los profesores están escritores latinoamericanos como Juan Villoro, Leila Guerriero, Martín Caparrós y Alma Guillermoprieto, premio Princesa de Asturias. Y hacen clases editores de medios como BBC, The New York Times o El País. ¿Cómo veo los medios del futuro? ¿Cómo veo la enseñanza del periodismo? No tengo la respuesta, pero mi apuesta es que serán como la Universidad Portátil.

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El año pasado publiqué Un dios portátil, una crónica de un viaje espiritual que me llevó a la India, Silicon Valley y Nueva York, desde donde lancé una religión global. En ese libro, escrito antes de la pandemia, dejaba publicado que mi funeral debía ser según el ritual de la religión Portátil.

Por ejemplo, que se transmitiera online. Hoy, tres años más tarde de escribir eso, los funerales en línea son una normalidad. Publicar ese libro me ayudó mucho para volver a creer, a confiar, porque justo venía saliendo de dirigir un diario. Y en el mundo de los medios muchos periodistas ven con orgullo y profesionalismo desconfiar de todo, no creer en nada, sospechar de su sombra, vivir entre mentiras. Y vivir así daña mucho. Hay muy poca fe dentro de los medios.

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